Issa y Basho o las dos caras del Samsara
dedicado a David Lanoue. 4 de diciembre.,2000
Kobayashi Yataro nació en 1763 y eligió como seudonimo Issa, que significa "taza de té". Su vida registra una serie de sucesos imprevistos y dolorosos, que sin duda moldearon su personalidad. Entre ellos, se destaca la muerte de su madre cuando tenía tres años, la incomprensión y hostilidad por parte de su madrastra, -que seguramente determinó el abandono del hogar familiar cuando tenía 15 años- y la muerte de su abuela que había quedado a cargo de su cuidado.
En 1813 a los 52 años se casa con Kiku que tenía 28. Entre 1816 y 1820 mueren tres de los hijos de la pareja y en 1823 muere su esposa, poco tiempo después de traer al mundo al cuarto hijo que también morirá en 1823. En 1824 se casa nuevamente y se separa un año después. De un tercer matrimonio en 1826 nace la única hija que llegó a la edad adulta, pero Issa muere antes de su nacimiento.
Tal historia de vida sin duda resulta no sólo conmovedora, sino que invita a encontrar un nexo entre el contenido y significación de sus haiku y los infortunios que tuvo que sobrellevar. En este sentido, gran cantidad de eruditos han escrito análisis interpretativos de muchos de sus haiku. Pero esta hermenéutica, sumamente atendible, puede de alguna manera padecer de unilateralidad y dejar de lado otros aspectos esenciales en las características del arte de Issa que trasciendan su sufrimiento personal. Sólo quisiera agregar un elemento a lo que ha sido profundamente analizado y que puedo apreciar en los haiku del "Sacerdote Taza-de- té del Templo del Haiku" como se llamó a si mismo.
La serie de eventos trágicos a lo largo de su vida, tienen en su mayoría, una cualidad especialísima que los destaca. Y es que son acontecimientos sorpresivos, inesperados y bruscos. En este sentido las muertes de figuras altamente significativas desde su infancia, son el leit- motiv de su destino. Estos hechos podrían haber moldeado una cierta característica que encuentro en los haiku del poeta. Me refiero al carácter brusco e imprevisto en la resolución del poema en su tercera linea. Si bien ésta es una característica del haiku, en Issa parece estar destacada y magnificada. Cuan diferente a la definición propia de Basho, que modula sin tropiezos -casi deslizándose-, esa tercera linea con una continuidad, sin bien contrastante con las anteriores, profundamente fluente y armónica.
No pretendo establecer una relación de causalidad unidireccional entre el carácter sobresaltante de las experiencias de la vida de Issa y la posíble influencia en su arte, sino por el contrario, generar un leve nexo de sentido llamando la atención sobre una modalidad del haiku de Issa, en un contexto que integra su biografía. Pues sin duda su penosa historia familiar lo insertan tempranamente en el mundo, con un entramado previo sumamente singular. Issa parecería haber sido “arrojado” a la realidad cotidiana, en lugar de haberla ido asimilando paulatinamente en sus aspectos más crudos. Es así que en sus obras encontramos no sólo la belleza y el arrobamiento propio de los haikus de Matsuo Basho, sino aristas sumamente alejadas de lo habitual. Piojos, orina, corrupción del cuerpo, emergen como un aspecto más de la realidad fenoménica y conviven con el loto, la luna y el té.
Jodo-shinshu. La Escuela de la Tierra Pura, que gira en torno a la épica de Amitaba, encuentra en Issa uno de sus seguidores. De acuerdo a esta vertiente del Budismo aquellos que repitan el nombre de Amida, encontrarán la liberación renaciendo en el Paraíso del Oeste. Simplemente con la monótona reiteración de la fórmula Namu Amida Butsu o Nembutsu encontrarán la salvacion. Alan Watts anota que ésta es la expresión exóterica de dicha doctrina y agrega que el suelo esotérico es otro: Amitaba es nuestro propio ser. Somos Amitaba. No necesitamos alcanzar el satori, estamos iluminados. Despojado de esa tiránica búsqueda Kobayashi Issa puede entregarse de pleno a los ritmos y colores del Samsara en toda su abigarrada versatilidad. Y quizás en la intimidad de su corazón repetía cada tanto, Nembutsu, Nembutsu, Nembutsu...
En el otro polo, para Matsuo Basho, la vía hacia el satori, pasa por el haiku como profundización de la realidad y liberación definitiva. En este sentido el arte de Basho es sustancialmente contemplativo y se define como una búsqueda. En sus haikus se enseñorea la captación sutil, por la agudeza en la observación al servicio de la inteligencia. Y la ligazón de la tercera línea, si bien adquiere la sorpresa del koan está suavemente modulada, siempre sorprendente, pero nunca impactante como en Issa, debido a una temática cotidiana quintaesenciada por la elegancia en su presentación y la lírica de su movimiento.
En el mundo de Basho hay lugar para lo cotidiano, ya sean los mosquitos o las prostitutas, pero estos son absorbidos por una visión contemplativa mas abarcativa que se dirige a un más allá de los hechos y de la mente. Sendero tras sendero, provincia tras provincia de su largo peregrinaje, cada haiku parece representar un paso más hacia la meta anhelada. Arte sutil y sugestivo, cuya melodía continua resonando largamente en nuestras mentes como el eco en la montaña. Koan que se desenvuelve en la suspensión de la realidad, en la forja por parte del poeta de una estática, de la captura de un instante que fija y sobre el que graba su reflexión y progresión en la vía.
En cambio Issa, imprime una dinámica sin concesiones a sus imágenes, una síncopa inesperada, que se acerca más a la chispa eléctrica que a la serenidad contemplativa. No se ejercita como Basho en su interioridad para concentrarse en los frutos de su observación, retirándose a una cabaña para meditar y apartándose del mundo por un tiempo. Issa entra de lleno en el mundo de lo fenómenico como una daga, para capturar sin mediación alguna, la cotidianidad de la realidad en sus más ríspidas aristas. De ese modo pueden observar el mismo suceso o paisaje pero con un resultado totalmente distinto en su arte del haiku.
Basho e Issa, dos sensibilidades diferentes, la una en búsqueda de una revelación, la otra sabiendo que ya ha llegado y lo impregna. Pero sería erróneo introducir alguna medida en su arte, inclinando el platillo de la balanza hacia uno de ellos. Pues sus dos rostros, son el mismo rostro en la mente del Buda. "El Samsara es el Nirvana y el Nirvana es el Samsara" repite monótonamente la sentencia oriental. Pues si Basho en sus haiku mostró la íntima belleza del mundo en su estática, Issa dotándolo de movimiento, le agregó al Samsara, textura y rugosidad...
Carlos Fleitas